Seguridad 2016: reducir vulnerabilidades y aumentar resiliencia


Aunque el año 2015 será recordado como el año de las tragedias migratorias, donde millones de refugiados están en movimiento y más de cinco mil personas han perdido la vida en su intento por obtener refugio o una mejor calidad para su subsistencia, quince años después del cambio de siglo, también constatamos que nuestras seguridades presentan mayores vulnerabilidades y nuestra resiliencia precisa aumentar.


08/01/2016

MANUEL SANCHEZ GÓMEZ-MERELO

La era de la Inseguridad

Si bien la globalización económica ha conducido a un aumento de la riqueza mundial sin precedentes, al tiempo, está profundizando las desigualdades y la marginación, no sólo entre las personas, sino también entre países. En este sentido, el “circulo vicioso” de pobreza, desigualdad, frustración, criminalidad, exclusión, inseguridad y más pobreza, en el que parecen estar inmersos muchos países, está lejos de variarse.

No obstante, para hablar de la incidencia de la inseguridad derivada de la globalización, antes debemos de definir el concepto de “seguridad” en su ámbito común de actividad de los diferentes actores y sectores, así como, repensar los de bienestar, desarrollo y democracia, desde el ángulo de la sostenibilidad, pues demandan ser tratados como tarea vital, pese a seguir siendo todavía una asignatura pendiente.

También, en general, hay que tener en cuenta que, el término seguridad se arboriza, ganando definición en términos, como “seguridad privada”, “seguridad pública”, o “seguridad ciudadana”, y también nos obliga a ocuparnos de otros más abarcantes y recientes como “seguridad sostenible” o “seguridad humana”.

En cualquier caso, hay que partir de una clasificación general para el análisis, como es: Seguridad objetiva y seguridad subjetiva. La seguridad objetiva que es aquella que puede medirse cualitativa y cuantitativamente y es resultante de las acciones proactivas y reactivas programadas por el Estado y las Fuerzas de Seguridad Pública. Una seguridad objetiva que, según los datos y su forma de transmitirlos, puede llegar a causar alarma social. Por otra parte, la seguridad subjetiva es aquella que es percibida por el ciudadano en su propia vivencia y estado de ánimo, y, de cara a su calidad de vida, es más importante si cabe que la seguridad resultante de las cifras estadísticas y los estudios comparativos.
 



Esta percepción de inseguridad, es la interpretación como inseguras de ciertas situaciones que él hace, en base a su experiencia y sentido común, y es el resultado de un complejo proceso subjetivo de definiciones y atribuciones de valor personal y social de la realidad.

La seguridad es, ante todo, un estado de ánimo y como tal, una cualidad intangible, cambiante, mejorable o empeorable por cuestiones puramente derivadas de la afectividad, la sensibilidad, el estado personal y, sobre todo, por la percepción diferente de la información que, en cada momento y circunstancia recibimos y procesamos o emitimos.

Por otro lado, la seguridad ciudadana es, sin duda, un valor y responsabilidad ineludible del Estado, enmarcada en el cumplimiento de los derechos humanos garantizados constitucionalmente junto con el ordenamiento internacional.

Los ciudadanos, cuando oyen hablar de inseguridad ciudadana, piensan en múltiples y muy diversos problemas o situaciones que pueden tener que ver con su entorno, desde el terrorismo, a la venta de droga en la calle, atracos con armas, violaciones o abusos sexuales, agresiones físicas, robos en domicilios, locales, vehículos, carteras y tirones de bolsos, amenazas, actos de gamberrismo, fraudes, estafas, etc., e incluso, recientemente, han incorporado la corrupción a su imaginario de amenazas.

Así, la inseguridad ciudadana se ha convertido hace ya tiempo en un desafío crucial para la gobernabilidad democrática y el desarrollo humano.

 



Con todo, a pesar de que en el núcleo de origen de esta inseguridad se halle en la amenaza de violencia derivada de conflictos  y desigualdades producidos desde el ámbito social, lo lamentable es que las políticas de seguridad ciudadana siguen estando más orientadas a contener o reducir los efectos extremos de estos conflictos (preferentemente la actividad delictiva dirigida contra los bienes privados) que a minimizar las causas, como lo son la exclusión social, la marginalidad y la desigualdad económica, y, en última instancia, el riesgo de ruptura social en el que cada vez estamos más inmersos.

En resumen, son pues, tiempos de miedo e inseguridad, en los que el discurso público se revela recurrente y es preciso apostar en conjunto y con rigor por un desarrollo humano, global y sostenible, que contemple medidas a corto, medio y largo plazo, imprescindibles para poner la “aldea global” en orden, y con capacidad generadora de una seguridad objetiva y subjetiva.

Habrá que salvar el obstáculo de que la delincuencia organizada y la criminalidad puedan alcanzar en ocasiones a deteriorar las relaciones sociales y humanas, distorsionando la vida cotidiana y afectando incluso a conceptos como la solidaridad ante las inseguridades, pero eso es un acicate más frente al desafío de seguir profundizando en un enfoque holístico de la Seguridad Humana, que permita abordar factores multidimensionales.
 

Combatir la resignación

Hemos de reaccionar frente a un sentimiento de resignación, que no es la fortaleza estratégica de la resiliencia sino impotencia destructiva, y dar un cambio decisivo e irreversible hacia un enfoque integral de la seguridad que suponga una continuidad en la reestructuración y modernización de los sistemas policiales y de la justicia para la plena y efectiva coordinación transfronteriza en el combate contra la delincuencia organizada, teniendo especialmente en cuenta que la seguridad es, según las encuestas, uno de los aspectos prioritarios para los ciudadanos.

Muestra de ello es que la percepción de inseguridad se ha incrementado en los últimos años como consecuencia de la ignorancia por parte de las autoridades, además de la manipulación mediática o difusión de informaciones poco rigurosas.

Es un hecho que, cuando se le da más tiempo de cobertura mediática a la delincuencia hay un efecto negativo por parte de los medios de comunicación que influye en la percepción del público. Los resultados indican que existe una relación entre el tratamiento informativo de la delincuencia por parte de los medios y la sensación de inseguridad.


Reducir las vulnerabilidades

La mayoría de las infraestructuras, personas y sociedades, sin importar el nivel de desarrollo cultural, social o económico, son vulnerables en muchos sentidos ante circunstancias y acontecimientos adversos, muchos de los cuales no se pueden predecir ni prever.
 


Somos vulnerables ante las crisis económicas, crisis sanitarias, las amenazas terroristas, los desastres naturales, el cambio climático, los peligros de las actividades industriales, los conflictos o disturbios sociales, las actividades de organizaciones criminales, etc.

Y somos proporcionalmente vulnerables según las capacidades o limitaciones económicas y políticas, ubicación geográfica, niveles de la sociedad, falta de cohesión social o grandes desigualdades, instituciones poco efectivas, gobernanza deficiente, etc.

No obstante, la globalización no sólo se manifiesta en la mayor difusión del mal sino que, como efecto positivo, también la mayoría de los países, en las últimas décadas, están mejorado en cuanto a desarrollo humano, y a miles de millones de personas les está yendo mucho mejor, aunque queda mucho por hacer.

Así, el Informe sobre Desarrollo Humano 2013 reveló que más de 40 países en desarrollo (lo que incluye a la mayoría de la población mundial) consiguieron mayores incrementos de lo previsto desde el año 1990.


Aumentar la resiliencia

No obstante, para mejorar nuestras vulnerabilidades, hay que moverse y no sucumbir al miedo ni a la autocomplacencia para aumentar nuestra resiliencia.

Y para aumentar la resiliencia hay que analizar las cuestiones, tendencias y políticas más importantes en materia de desarrollo y seguridad de manera independiente y con base en las evidencias empíricas.

Para reducir las vulnerabilidades y evitar su intensificación, las autoridades y entidades deben implantar soluciones y establecer mecanismos de respuesta adecuados a través de directivas y reglamentaciones para minimizar los riesgos y garantizar que los sistemas respalden el bien común.
 


 

Además, en esta globalización de las soluciones, para reducir la vulnerabilidad a amenazas transnacionales, se han de adaptar las estructuras de colaboración internacional para minimizar las crisis, pensando en global para mejor actuar en local, mediante la cooperación entre los Estados y el fortalecimiento de las organizaciones internacionales.

Por contra, la falta de coordinación, cooperación y liderazgo internacional frena el progreso hacia la solución de los problemas globales de seguridad y la reducción de las vulnerabilidades que amenazan el desarrollo humano y, por tanto, requieren de manera sistemática, la transformación y armonización de las normas sociales y políticas para un progreso equitativo y sostenible de las libertades y seguridades.

El impacto que causa una vulnerabilidad crítica es más que importante y, por ello, también hay que aumentar la resiliencia, es decir, la resistencia y gestión inteligente de la amenaza, manejando información coherente frente al desafío, y, para ello, se requiere algo más que reducir las vulnerabilidades.

Eliminar las restricciones a las que se enfrentan los directivos a la hora de actuar con mayor libertad y flexibilidad ante las incidencias es capítulo fundamental a la hora de implementar un nuevo y eficiente paquete de soluciones.

A lo largo del 2016, la identificación y el análisis de vulnerabilidades será una pieza importante dentro de los objetivos de la seguridad de instituciones y empresas y, especialmente, en lo referente a las infraestructuras estratégicas y críticas, que presentan un mayor riesgo.

La definición de las adecuadas políticas de seguridad, la implementación de soluciones globales y la adopción de mecanismos que permitan detectar de forma precoz la posible materialización de los riesgos o amenazas ha de ser un objetivo primordial para combatir estas más que potenciales incidencias.

Por todo ello, serán importantes las políticas para reducir las vulnerabilidades y aumentar la resiliencia como: la prevención de las crisis, la promoción e incremento de las capacidades, la cohesión y protección social, los acuerdos sobre el cambio climático, la prevención y reducción de los riesgos de desastres naturales, el control de las bandas organizadas y grupos de acción terrorista, etc.
 

Predicciones de amenazas y tendencias en 2016

Sin grandes dudas, y sobre la base del actual catálogo de riesgos, amenazas y vulnerabilidades, son las infraestructuras críticas y estratégicas las que presentan mayores posibilidades de ataque o incidencias. Los ataques contra este tipo de instalaciones se han incrementado en los últimos años y es esperable que esta tendencia continúe.

Así, hoy, múltiples aparatos inteligentes están en situación de riesgo notable. El Internet de las cosas seguirá evolucionando y las entidades y empresas necesitarán proteger de nuevas formas sus dispositivos inteligentes, en evolución permanente, siempre acompañada de los riesgos y amenazas que crecen en paralelo.

Como capítulo aparte dentro del análisis de las amenaza y tendencias, cabe destacar aspectos como la migración, el terrorismo, la inseguridad ciudadana y las consecuencias del fenómeno de la corrupción, todo ello en un marco de acción y convivencia global.

Migración. De acuerdo con la ONU, la migración internacional se ha disparado en los últimos años. Hace 25 años se registraban 153 millones de migrantes o refugiados en el mundo, en tanto que, en la actualidad hay 244 millones, un 60 por ciento más “Y millones han sido convertidos en los chivos expiatorios y en los blancos de políticas xenófobas y de una retórica alarmista”, según recientes declaraciones del Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon.
 



Asimismo, los conflictos y la inestabilidad política han abonado esta migración en forma de refugiados que huyen de las zonas en conflicto. Así, en la actualidad, tan sólo por el conflicto derivado de la guerra en Siria, que dura ya cuatro años, hay más de 4 millones de refugiados y más de 7 millones de desplazados.

“Debemos recordar que aquellos que cometen actos de terrorismo quieren que estemos asustados. Si caemos en esta trampa, ellos habrán triunfado”, son, igualmente, las recientes palabras de Ban Ki-Moon quien aseguró que precisamos nuevos esfuerzos con urgencia e instó a crear un nuevo pacto global sobre la movilidad humana basado en una mejor cooperación entre los países de origen de tránsito y de destino.

Es por tanto urgente la inclusión de los nuevos excluidos en el escenario de análisis actual, tanto por protección como por justicia, y, egoístamente, porque, con ello, aumenta la inseguridad global y local de los países implicados o afectados.

Terrorismo. Aún cuando los conflictos y las guerras asimétricas no acabarán nunca, lejos de su pronta resolución estamos, si cabe, en uno de los más graves momentos de riesgo y amenaza a la seguridad global, además de la propia catástrofe experimentada en aquellas áreas de conflicto.

Salvo excepciones, los conflictos simplemente se están trasladando de un lugar a otro. Un flujo de siniestros intereses políticos y económicos parece estar en el ambiente. Lo sucedido, especialmente destacado en Nueva York, Madrid, Londres, Bruselas y este último año en París, ha puesto en evidencia que vivíamos en un orden social sustentado en la confianza y la autocomplacencia y que, el hecho consumado de los actos terroristas, ha roto la percepción de seguridad en base al impacto social que genera.

Los conflictos armados y guerras asimétricas que se inician con la intervención en Irak -incomprensible aventura de la historia moderna justificada tras los atentados de Nueva York y Washington-, el gobierno estadounidense, con el apoyo de una amplia mayoría de la comunidad internacional, decidió bombardear Afganistán, refugio de Bin Laden y que, como se ha dicho hasta la saciedad, no colmaba su sed de venganza, como así continúa.

Llegados a este punto, es necesario no perder el referente de que los costes de estas guerras asimétricas siguen aumentando de manera espectacular y sus “beneficios directos” se han ido reduciendo, por lo que, actualmente, solo tenemos conflictos allí donde la riqueza material es objetivo de botín a repartir, como son las materias primas y los combustibles fósiles.

Con el inicio en una guerra no querida, la de Irak; un conflicto soportado, el de Siria; y unos ataques importados, los de los países europeos, la historia continúa con cada vez mayor amenaza y sufrimiento por parte del terrorismo yihadista.
 



Inseguridad ciudadana y corrupción. Aunque es cierto que, en general, los países de la Unión Europea tienen indicadores de criminalidad estables, distintos países, principalmente latinoamericanos, presentan cifras de homicidios superiores a las de las naciones en conflicto armado.

Estas cifras han llevado a la Organización Mundial de la Salud a calificar los homicidios en Latinoamérica como una “epidemia” –más de 10 asesinatos por 100.000 habitantes- y tendencia en la región a convertirse en la más insegura del mundo, de acuerdo a datos del Banco Mundial. Y lo que es más grave es que, más allá del trauma y sufrimiento, el crimen y la violencia no sólo conlleva costes sociales económicos desorbitados que van desde el 3% del PIB en Chile y Uruguay, hasta más del 10% del PIB en Honduras, sino que organizaciones criminales ya actúan de manera transfronteriza, incluso situándose en países europeos.

Pero, también la corrupción está generando inseguridad, pues vivimos momentos de especial impacto, tanto en la realidad como en la percepción ciudadana sobre la inseguridad que están provocando los elevados niveles de corrupción.  Esta lacra se pueda entender como un fenómeno nocivo, vasto, diverso y global cuyos protagonistas pertenecen tanto al sector público como al ámbito privado, y está llevando a momentos de indignación y protesta cercanos al movimiento ciudadano, pues no se refiere al simple saqueo de recursos del Estado –al fin y al cabo de todos- sino que incluye el ofrecimiento y la recepción de sobornos; la malversación y la negligente asignación de fondos y gastos públicos; la manipulación de precios; los escándalos políticos o financieros; el tráfico de influencias e información privilegiada; la financiación ilegal de partidos políticos; la parcialidad o dudosas decisiones judiciales; el amiguismo o sueldos exagerados de amistades, a pesar de su incapacidad; los concursos amañados sobre obras o servicios o la indebida calificación de las mismas; la compra de equipamiento de mala calidad o encarecidos, etc.
Todo ello genera consecuencias significativas pues la corrupción reduce la eficiencia del gasto público y distorsiona la estructura del aparato productivo, pues su incidencia está basada en las decisiones administrativas sobre recalificaciones, permisos, etc.

La corrupción desalienta al contribuyente pues la eficacia del sistema recaudatorio se asienta sobre un conjunto de condiciones, incluida la conciencia social, que consigue que los ciudadanos acepten como un deber contribuir al esfuerzo común. La comprobación de la impunidad de quienes desafían a la norma desalienta su sentimiento de protección, pues la corrupción deteriora la confianza en los organismos de control, y ello genera también una percepción básica de inseguridad al ciudadano.

Con este panorama, y a modo de conclusiones, podemos decir que, en relación con la seguridad, tanto global como local, la actual sociedad requiere de un punto de vista nuevo y discriminador, además de una determinada manera de entender el tiempo, que es más corto, y el espacio afectado, que es más grande pero próximo.

Tenemos una especial responsabilidad en seguir avanzando en el cambio de paradigmas de seguridad, imprescindibles para acometer los nuevos retos y modernas exigencias de la sociedad en que vivimos. Hemos de analizar y actuar sobre aspectos de seguridad con una visión holística, pues el mundo no está formado por piezas separadas y aisladas, sino conjuntos que guardan una relación compleja y sinérgica entre sí. Y hemos de seguir avanzando en global para mejor actuar en nuestra dimensión local y ciudadana.

En ese trayecto, el ciudadano habrá de entender la ciencia de la paciencia y la visión objetiva, que nos llevará a una resiliencia y un equilibrio ponderado que no desmesure la percepción de inseguridad y nos permita aguardar las soluciones y gestionar las que estén en nuestra mano de manera inteligente.